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Desarrollo a escala humana y educación

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Antonio Elizalde Hevia, publicado el 23 de mayo de 2011.

¿En qué consiste el “desarrollo a escala humana”?

El “desarrollo a escala humana” surge a partir de dos elementos: por un lado, lo que se llamó “el otro desarrollo”. El año 1975, la fundación Dag Hammarskjöld convoca un grupo muy grande de especialistas, para poder enfrentar lo que iba a ser la reunión de UNCTAD, Junta sobre Comercio y Desarrollo de Naciones Unidas. Se realiza allí una evaluación, de lo que habían sido los procesos de desarrollo vividos hasta la época y se concluye que el desarrollo tal como está funcionando no conduce a lo que se propone. Tendría que, efectivamente, orientarse principalmente a satisfacer las necesidades de las personas. Debería posibilitar que emerja de ellos, por así decirlo, su condición de sujetos.

Por otra parte a comienzos de los ochenta, a Manfred [Max-Neef] le dan el Premio Nobel Alternativo de Economía, y decide entonces crear un centro, al cual me invita y echamos a andar un proyecto para poder actualizar lo que había sido "el otro desarrollo". En ese momento iniciamos una reflexión sobre el tema de las necesidades humanas. Vimos que lo que caracteriza a los recursos económicos es que todos son recursos que generan entropía al producir un gasto energético; y descubrimos que hay otro tipo de recursos que no generan eso, que operan más bien, a la inversa, son recursos que, para crecer, requieren ser compartidos.

Mientras que los recursos económicos, lo que calificamos como económicos, son recursos que se pierden para quien los comparte: si yo te los doy a ti, tú los ganas pero yo los pierdo. Hay, sin embargo, otros recursos que llamamos sinérgicos, pues tienen algo casi mágico, puesto que son recursos que, en la medida que los compartimos, ganamos todos. Entonces allí comenzamos a darnos cuenta que – coincidiendo con las reflexiones que estaba haciendo paralelamente otras gentes, como Maturana y Varela- todos los procesos de hominización, de hacernos humanos, están vinculados al despliegue de esos recursos sinérgicos. Es allí donde se instala el concepto de satisfactor…

Las necesidades son algo dado, algo que trasciende lo histórico, las necesidades son algo asociado a nuestra condición humana, que trasciende las culturas, trasciende la historia. Pero a la vez son pocas, son limitadas, las puedes identificar, y no hay ninguna de ellas que tenga una jerarquía especial, son todas de un rango ontológico similar. ¿Qué es lo que hacemos los seres humanos cuando surge la necesidad? Producir dos tipos de elementos, cultura material y cultura inmaterial. La cultura material son nuestros bienes, un sillón, las luces que nos iluminan. todos los artefactos, la propia ropa que yo llevo, mi reloj, etc. Pero, a la vez, generamos cultura inmaterial. ¿Y cuál es la cultura inmaterial? Los conocimientos que ponemos en juego en cualquier conversación, en este texto que se lee, las ideas, el lenguaje que nos permite comunicarnos, la forma incluso como nos sentamos para conversar en una entrevista.

Es decir, hay todo un conocimiento, un conjunto de reglas, de formalidades, de mecanismos de procedimientos culturales, que son cuestiones que se pueden aplicar aquí o en otro lugar. Es lo que llamamos satisfactores. Son las formas de ser, estar, hacer, tener, sentir, pensar. Surgen en una cultura específica pero pueden perfectamente producirse también en otra, y entonces, ¿cuál es la diferencia que tienen unas con otras? Que mientras que los bienes, los artefactos, requieren modificaciones biofísicas, requieren una transformación material y consecuentemente entonces generen entropía, generan calentamiento global para decirlo en términos más simples, resulta que los satisfactores, las formas como hacemos las cosas, no requieren eso, no generan entropía, salvo en el caso que sean satisfactores destructores o violadores, como una guerra, como un asesinato, como ese tipo de brutalidades.

Nosotros identificamos dentro de los satisfactores distintas calidades de satisfactores, decimos que hay cinco tipos, pero resumiendo, tenemos satisfactores positivos y negativos. Hay algunos negativos, como serían por ejemplo: la guerra, el exilio, la tortura; y satisfactores de carácter sinérgico, y consecuentemente sistémicos y de carácter positivo, como serían, por ejemplo, una caricia, un saludo afectuoso, la lactancia materna, una cena familiar.

En síntesis, nuestra propuesta es decir: “en el mundo en el cual estamos, con problemas de entropía, en un mundo que está calentándose, ¿por qué no ponemos el énfasis en hacer uso de satisfactores positivos, de satisfactores sinérgicos?” ¿Por qué, por ejemplo, en una organización, un jefe no llega saludando a la gente, con una sonrisa de oreja a oreja? Cuánto mejora el clima laboral, el clima organizacional, el que uno haga el esfuerzo de, efectivamente, preocuparse por el otro, de no ignorarlo. De modo similar con todo lo que pasa en la relación de pareja, en la relación con los hijos, con los vecinos, lo que nos ocurre en cualquier ámbito. Puesto que si uno se abre a escuchar al otro, si uno está dispuesto a salir de su aislamiento, de su egotismo, y se abre a enriquecerse con el otro; si comenzamos a ver el inmigrante como alguien que nos enriquece, que nos aporta nuevas formas de ver el mundo, entonces es claro: el mundo comienza a ser distinto. Si no nos vemos como enemigos, si no le tenemos miedo al que es distinto, si por el contrario, lo vemos como una suerte de oportunidad, entonces allí comienza a emerger un nuevo mundo, una nueva realidad posible…

La necesidad de transitar hacia procesos de aprendizaje distintos

Hay algo que es fundamental, requerimos situarnos en un nuevo episteme, hay que modificar el sistema de creencias en el cual estamos instalados. Una primera idea que creo que es central: tenemos que dejar de ver el mundo como un mundo de objetos, debemos comenzar a verlo como una realidad que emerge; lo que tenemos es una realidad de eventos. Un segundo elemento tan importante como el anterior: tenemos que superar algo que podríamos denominar “el síndrome propio de la ciencia occidental”, que es lo que llamo el “síndrome del emperador”, o sea, pensar que las cosas sólo pasan porque nosotros las vemos; o que podemos controlarlas, un síndrome del control. Una tercera cuestión, que yo diría que es fundamental cambiar, es la creencia en que hay una sola forma de ser humano, que es la que nos ha enseñado Occidente.

Hay muchísimas formas de ser humano, de vivir y experimentar la condición humana. Y resulta que más bien, lo que nos enriquece, es reconocer esas distintas formas de ser humano y darnos cuenta que uno podría, eventualmente, incluso tener emociones, sentimientos, valores distintos de aquellos que nos fueron inculcados desde la cultura propia, y que eso es tan legítimo como aquello que se nos inculcó en nuestra cultura.

Eso nos lleva, entonces, a una posibilidad mucho mayor de experimentación con nosotros mismos, con lo que es nuestra propia naturaleza, de poder aprender más de nosotros mismos, de poder observarnos.

Entonces, los ejes a tener en cuenta aquí en relación a la educación son los siguientes:

  1. Primero, todos los esfuerzos educativos tienen que estar centrados en el aprendizaje del propio alumno, esto es, el educador es un facilitador de procesos en los cuales lo que surge, lo que emerge, es algo que está ya en el alumno. El concepto de educación, viene del latín, de educere, que significa “sacar desde dentro”, es decir que uno como educador lo que tiene que hacer es viabilizar, facilitar el que pueda emerger el potencial que está en la persona. Eso implica cambiar sustantivamente la forma como entendemos la educación. ¿Qué es la formación virtuosa? ¿Que el alumno que yo forme sea lo más parecido a mí, una suerte de clon, o entender al alumno como una gema a tallar? Es ahí donde nuestro ego nos lleva a ponernos en un lugar equivocado, cuando en realidad la centralidad debería estar puesta siempre en quién aprende. Y en que puedo yo también aprender con él. Es una cuestión que no es fácil, no es fácil ni para las personas ni para las instituciones. Yo soy padre, abuelo y bisabuelo, he creado varias instituciones, y una de las cosas más difíciles para un ser humano es entender el momento en el cual, para permitir que las cosas crezcan, uno debe hacerse a un lado. No es algo fácil pasar del discurso del aprendizaje centrado en el alumno a materializarlo y transformarlo en una práctica habitual.
  1. Un segundo elemento central sería el lograr aprendizajes significativos. Hay que ir generando las condiciones, los elementos necesarios para que se produzcan quiebres. Porque el único momento en el cual los seres humanos aprendemos, es cuando se produce el quiebre. Nosotros habitualmente operamos en la transparencia del existir, ni siquiera nos damos cuenta de que tenemos pies hasta que nos duelen porque nos aprietan los zapatos. No nos damos cuenta que necesitamos del aire que respiramos hasta que este nos falta. No valoramos suficientemente la democracia hasta que la perdimos. Sin embargo, es en esos momentos de quiebre, en esas esas rupturas de la continuidad, los momentos en los cuales crecemos como seres humanos. Aprendemos. La rutina no educa, sólo domestica. No somos seres cuyas conductas se encuentran programadas biológicamente. Nuestra condición ética surge cuando tomamos conciencia de que tenemos grados de libertad, de que podemos equivocarnos. De que somos responsables de nuestro operar en el mundo. En definitiva, los seres humanos somos seres que aprendemos de nuestros errores, que aprendemos gracias a nuestros errores. No somos ángeles ni animales: somos humanos.
  1. Un tercer elemento a tener presente, es la necesidad de posibilitar el contacto con la realidad, con el entorno en el cual viven insertos los actores del proceso educativo. Una educación desconectada del mundo en el cual se encuentra inserta, es una educación que no sirve al mundo ya que no compromete vivencialmente al educando con su sociedad. Pérez Esclarin nos señala que: “la educación puede formar personas egoístas o solidarias, convertir a los alumnos en asesinos o en santos, enseñar a ver a los otros como rivales y enemigos, o como compañeros y hermanos. De ahí la nobleza de la educación, pues es o puede llegar a ser la tarea humanizadora por excelencia, el medio privilegiado para que cada persona se plantee y alcance una vida en plenitud”…en conjunto con el resto de los seres humanos.

Algunas sugerencias para instituciones y personas que quieran introducir esta nueva mirada

El desarrollo a escala humana pone el acento en aquello que dice “en relación con”, enfatiza que el despliegue de la vida se da en los procesos. Aclarando esta idea, lo central no son los objetivos que uno se pone que si bien son relevantes no son lo medular, la centralidad debe estar en el proceso mismo, en el throughput, no en el output. Debemos fundamentalmente valorar las formas, cómo suceden las cosas. ¿Por qué? Porque en definitiva, significa valorar lo sustantivo que es lo realmente importante. Si uno se olvida de los medios mediante los cuales se hacen las cosas, en la práctica nunca se va a llegar a nada. O sea, la educación para la democracia se da únicamente… ¡con democracia!… La educación para el civismo se da con civismo, la educación en valores se da con valores, la educación para la sustentabilidad, se da con sustentabilidad. Para poder educar en democracia, uno tiene que desarrollar una educación democrática, donde lo fundamental sea la posibilidad de que el alumno pueda participar, pueda expresar su opinión, equivocada o no, pero donde se pueda debatir, dialogar, confrontar ideas. Para lograr eso es necesario crear climas acogedores, climas cálidos. Hay que hacer que las instituciones educativas, sean algo que efectivamente interese a los alumnos, que el alumno no esté desesperado por irse al terminar la clase. Si generamos esos climas vamos a lograr involucrarlos de manera real, vamos a lograr efectivamente el aprendizaje. Imperiosamente eso implica una preocupación profunda y real por la forma como nos tratamos. La forma como convivimos no es una cuestión secundaria en nuestra perspectiva, es muy importante, es el currículum oculto, es la gestualidad de la institución, la cual expresa el cómo somos y lo qué queremos ser.


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